
¿Es cierto que hubo irregularidades? ¿Fue importante que aparecieran los originales? ¿Por qué zafó Techint? ¿Funcionó la ley del arrepentido? ¿Cambió algo desde 2015?
A The Nation le gusta mandarse la parte, pero en ésta tiene razón: es el juicio de corrupción más importante de la historia. ¿Por los personajes? Sí, claro. Están Cristina, De Vido, Baratta (cuyos movimientos supuestamente registró el chofer Oscar Centeno en sus famosos cuadernos) y otros funcionarios por un total de 19 personas, además de dos choferes y 63 directivos de las principales empresas energéticas y de obra pública del país, entre ellos 24 que se presentaron como arrepentidos.

Pero acá la clave no son los muñecos, sino la trama: la causa Cuadernos muestra como ninguna otra el carácter sistemático y estructural de la corrupción en la Argentina. Y a mí eso, si me conocen un poco, saben que me encanta. Porque prueba lo que, en contra del consabido “Es el peronismo, estúpido” del sinvergüenza de Fernando Iglesias, que a fuerza de succionar zoquetes sucios parece que será, finalmente, embajador de este bendito país ante la UE, vengo sosteniendo hace muchos años.
¿Y qué cosa es eso? Que la corrupción es un plato del que se alimentan todos (políticos, empresarios, sindicalistas, jueces, fiscales, medios y periodistas) y que esto ha sido así y así será por siempre jamás. Es decir, no es un problema de los políticos, como quiso vender el macrismo de 2015 a 2019 mientras loteaba negocios entre los propios funcionarios-empresarios o sus interpósitas personas. Mucho menos es un problema de un tipo especial de políticos o de una extracción partidaria determinada. Si les da paja leer historia, el pasado reciente y el presente deberían ser prueba suficiente de ello. Pero tampoco es, como quiso plantear el kirchnerismo, un problema del capitalismo prebendario.
Son todos, muchachos. Ni Calcaterra, Roggio, Pescarmona, Chediak, Loson y compañía fueron unos pobres empresarios honestos extorsionados y obligados a pagar coimas por unos kirchneristas corruptos, ni los funcionarios kirchneristas fueron unos revolucionarios que se vieron obligados a chorearle al Estado y al empresariado nacional para reducir la pobreza, ampliar derechos y democratizar la Justicia. Fueron, son y serán socios. No los kirchneristas y los empresarios. No, no. Los políticos de turno y los empresarios. Los políticos de turno y los jueces. Los políticos de turno y los sindicalistas millonarios. Los políticos de turno y los medios. Los políticos de turno y el periodismo mercenario.
No hay nada kantiano, no se ilusionen. Fantino hay uno solo. Me refiero a los cuadernos, como diría el Presidente, o sea, digamos, los cosos espiralados marca Gloria en los que este muchacho Centeno, el chofer de Baratta (a su vez el segundo de Julio De Vido en el todopoderoso Ministerio de Planificación), supuestamente anotaba los movimientos de su jefe cuando entraba a garages de hoteles y subsuelos de empresas a levantar bolsos con guita.
Es el lugar central para comenzar a desmalezar la enorme cantidad de boludeces que se han dicho y se dirán en los próximos días. La pregunta al respecto es: ¿qué importancia tienen, jurídico-penalmente hablando, los malditos cuadernos? ¿Es relevante que aparecieran los originales? ¿Alcanzaba con las fotocopias? ¿Cambia algo si un peritaje indicó que tenían tachaduras y agregados o que contenían inscripciones de una pluma distinta a la del distinguido chofer de la corrupción?
Las respuestas siguen siendo las mismas que di desde el minuto cero: los cuadernos son completamente irrelevantes. No prueban nada. Cuando empezó la película, en 2018, el kirchnerismo decía que la causa no tenía fundamentos porque eran fotocopias y los cuadernos originales no aparecían, ¿se acuerdan? Centeno salió con un relato súper convincente de cómo había quemado los originales por miedo a que su amigo, el ex policía Jorge Bacigalupo -a quien se los había confiado- los usara para sacar alguna ventaja. Centeno dijo que los recuperó y que un día hizo un asado, los metió en el fuego y los quemó. Pero en ese momento no sabía que Bacigalupo, en efecto, ya los había usado: le había entregado fotocopias al periodista de The Nation Diego Cabot. Eso fue en marzo de 2018. En agosto estalló todo y empezó el show de allanamientos, detenciones y arrepentidos.
Los kirchneristas y sus abogados defensores dijeron: eh, vieja, los cuadernos no prueban nada. Fue bastante gracioso porque, en cuanto se enteraron de que eran fotocopias, empezaron a plantear que sin los originales se caía la causa. Yo dije:

Es que, fotocopias o no, igual no prueban nada. ¿Por qué? No hace falta ir a la Facultad de Derecho para entenderlo. Es apenas sentido común. Yo podría, por ejemplo, escribir 20 cuadernos sobre aquel día en que vinieron los Stones a mi casa. Podría contar el hecho con lujo de detalles, lo que dijo Jagger, lo que contesté yo, lo que agregó Keith y hasta los mates con bizcochitos que nos tomamos mientras cantábamos Start Me Up. Pero eso no lo transformaría en la verdad y mis 20 cuadernos no serían prueba de nada. Hasta un chiquito que cree en Papá Noel me pediría algo más. Una foto, un video, un par de testigos, algo que pruebe mi tarde rollinga.

Pero eso no quiere decir que no haya elementos para que los 19 funcionarios, 2 choferes y 63 empresarios sean juzgados por corruptos. Los cuadernos podrían no existir y la causa estar en juicio igual. Bastaría con que Centeno declarase como arrepentido que vio tal o cual cosa y que sus dichos pudiesen comprobarse con otros elementos. El chiquito que cree en Papá Noel lo entendió en 2018. Y por eso también entendió que nada cambió cuando, tres días antes de las elecciones presidenciales de 2019 (cero SIDE, cero), aparecieron los cuadernos originales.
El antikirchnerismo dijo: ¿vieron que era todo cierto? Pero, de nuevo: así como la ausencia de originales no impedía el avance de la causa, su aparición tampoco cambiaba nada. Los cuadernos en sí no son prueba de nada. Incluso si Centeno, cual Funes borgeano, hubiera memorizado todos los movimientos de pago de presuntas coimas en estacionamientos y oficinas a las que llevaba a Baratta, no alcanzaría. La relevancia de los cuadernos de Centeno para la averiguación de la verdad es inversamente proporcional a la que le dan a ambos lados de la grieta.

Y tampoco cambió nada cuando, a partir de 2023 a raíz de un peritaje que obtuvo la defensa del acusado Armando Loson (de la empresa Albanesi) y con posterioridad con relación a todos los cuadernos, se determinó que sufrieron tachaduras, enmiendas y anotaciones del amigo poli Bacigalupo. El chiquito fan de Papá Noel ya a esa altura estaba hinchado los huevos. Que fotocopias, que originales, que son de Centeno, que son de Bacigalupo.
De nuevo: todo irrelevante a los efectos de establecer su valor probatorio. ¿Por qué? Porque en cualquier caso no son prueba de nada. Lo único relevante es la declaración de Centeno y si su contenido puede o no corroborarse con evidencias (documentos, peritajes, otras declaraciones, fotografías, etc.). El artículo 15 de la llamada “ley del arrepentido” (27.304) es muy claro: no se puede condenar solamente con las manifestaciones del delator.
Y en la causa, señora, ¿hay algo más? Pues claro: 24 arrepentidos confesaron haber pagado coimas; el encargado del departamento de los Kirchner de la calle Juncal donde presuntamente se dejaban los bolsos con dinero corroboró varios tramos; se agregaron los dichos del piloto que volaba al Sur; se cruzaron los supuestos días de cobro que marcaron los arrepentidos con las fechas de vuelo que señaló el famoso secretario privado de Néstor Kirchner, Daniel Muñoz; hay planillas con los ingresos de determinados funcionarios a Olivos, etc. Si eso alcanza o no para condenar a alguien es otro asunto. Recordemos que el juicio penal requiere certeza, no probabilidad.
De esto también hay. Menciono algunas. Si quieren toda la peli, vean el juicio. Lo primero que me parece importante tiene que ver con Centeno. Leeme: no con los cuadernos; con Centeno. Me refiero a su absoluta falta de credibilidad. Al principio dijo que escribió los cuadernos y se los dio en custodia a un ex policía. Después dijo que los recuperó y los quemó. Y al final aparecieron porque no los quemó, pero en realidad parece que tampoco los escribió o no los escribió solo o alguien más le dictó, al menos parcialmente.

Esto es un problema para Centeno, que podría tener que responder en los términos del artículo 276 bis del Código Penal, incorporado por la ley del arrepentido, que castiga con prisión de cuatro a diez años y con la pérdida del beneficio de reducción de pena al colaborador que proporciona maliciosamente información falsa o datos inexactos. Pero, además, podría impactar sobre su valoración probatoria (¿cuánto vale, bajo la sana crítica que usan los jueces, la palabra de un tipo que cambió su declaración tantas veces como de calzones?) o incluso sobre su validez. Porque, ¿qué pasa si se declara nula la declaración de Centeno? ¿Se cae la causa por la doctrina del fruto del árbol envenenado? Recordemos, a estos efectos, que las declaraciones de los arrepentidos, del piloto, el encargado y el secretario privado Muñoz, todo eso y todo lo demás se originó en Centeno.
Otro tema delicado es el de las declaraciones de los arrepentidos. Por un lado, porque, como vimos, están bastante atadas al inicio de la causa con la declaración de Centeno. Es decir que cualquier nulidad inicial las afectaría. Pero ojo, no todas. La exclusión de prueba derivada de elementos nulos tiene excepciones. Si la relación entre un elemento lícito (supongamos, la declaración libre de un empresario arrepentido) y la prueba nula (imaginemos, la declaración de Centeno) se aleja, se atenúa el vicio de la prueba original. ¿Esto es algo que se podría decir, tal vez no del primer arrepentido que apareció después de la detención de Centeno, pero sí de alguno posterior que confesó a partir de la incorporación de nuevos elementos?
Pero las declaraciones de los arrepentidos tienen un problema adicional. Y ese problema se llama Bonadio-Stornelli. ¿Hubo aprietes y extorsiones para hacer “cantar” a los empresarios? Porque una cosa es la ley del arrepentido y otra cosa es amenazar imputados con privarlos de su libertad si no confiesan o, peor, si no involucran a determinadas personas con nombre y apellido. ¿Fue eso lo que ocurrió? No lo sabemos.
Y, ojo, la falta de registro fílmico de las audiencias de los imputados colaboradores no significa nada. La ley no exige una grabación audiovisual, sino sólo un registro por “medio técnico idóneo”. Si me preguntás a mí, como dije siempre, es vergonzoso que no hayan filmado las audiencias para garantizar la transparencia del acto en una causa de semejante envergadura. Pero eso no quiere decir que, como afirmaron varios periodistas estos días en plan hablemos sin saber para ayudar a Cris, no haya habido “ni un acta” y sea “todo nulo”. Actas hubo. Y un acta con las formalidades debidas es un medio técnico idóneo para dar cuenta de una declaración en los términos de la ley 27.304.
Para terminar con las irregularidades: también fue completamente irregular el modo en que zafaron de la causa los directivos de Techint Luis Betnaza, Héctor Zabaleta y Paolo Rocca. Más que irregular, escandaloso. Rocca quedó afuera porque “no sabía” que su empresa pagaba coimas. Ah, mirá. Cristina Kirchner, en cambio, no podía desconocer lo que hacía el barrendero de Olivos. Y ojo, yo estoy de acuerdo, más allá de mi propia exageración, con que CFK tuvo vinculaciones directas, por ejemplo, con la corrupción de Lázaro Báez en la causa Vialidad. Mi punto acá es sólo señalar las distintas varas.
Lo de Betnaza y Zabaleta fue directamente un papelón: los zafaron los jueces Martínez De Giorgi (el mismo genio que viene pisando la causa $LIBRA) y Ercolini (otro genio que antes de convertirse en paladín de la lucha contra la corrupción sobreseía kirchneristas a cuatro manos) porque entendieron que pagaron coimas por motivos humanitarios para que el gobierno kirchnerista interviniese ante la Venezuela de Chávez que, en el marco de la nacionalización de la planta de SIDOR, amenazaba a directivos de la compañía. Corrupción por motivos humanitarios. Ajá.
Si tomamos sólo las causas de corrupción, la norma funcionó en Cuadernos y no en otras (por ejemplo, en Vialidad) por un motivo muy sencillo que en su momento expliqué: los empresarios no estaban acostumbrados a tocar el pianito. De Vido no se iba a quebrar nunca. Báez, aun sin ser funcionario, tampoco. Ahí operan otras lógicas.
Pero a un empresario argento acostumbrado a pagar cometa desde que el mundo es mundo no le digas que puede ir en cana. Boludeces no. Por eso confesaron. Digo, incluso si no hubiese habido aprietes y extorsiones, cosa que no sabemos. Si Bonadio y Stornelli, en vez de ser dos de los tipos más impresentables de la justicia penal de este país, hubiesen sido, como quisieron hacer parecer, Batman y Robin, de todos modos, creo, los empresarios hubiesen cantado.
Siniestros personajes
Acá sí que no cambió nada. Ni para las personas jurídicas ni para las humanas. Todos siguieron contando el cuento de la buena pipa. Menciono tres ejemplos, pero son extensibles al universo involucrado.
Primer ejemplo. El operador judicial del kirchnerismo Javier Fernández, auditor general de la Nación, fue indagado en la causa en 2018. ¿Sabés que dijo? Que el secretario privado de Baratta lo visitaba en su domicilio particular porque tenía que llevarle documentación para poder hacer las auditorías de los programas del Ministerio de Planificación. Leé de nuevo. Eso dijo. Ahora preguntame si Javier Fernández sigue siendo HASTA EL DÍA DE HOY auditor general de la Nación. Me da tanta bronca que no te voy a contestar.
Segundo ejemplo. Norberto Oyarbide. El juez, sí. Fallecido. A ese también lo indagaron en Cuadernos por supuestas reuniones extrañas con el secretario privado de Baratta y con el contador de los Kirchner, Víctor Manzanares. La de Manzanares tuvo como broker al ya mencionado Javier Fernández, auditor general de la Nación. Recordemos que, entre otras maniobras, Oyarbide sobreseyó al matrimonio Kirchner por enriquecimiento ilícito con un “peritaje” de parte de Manzanares.
En cuando al secretario de Baratta, en su indagatoria en Cuadernos el juez del Bailando por un Sueño dijo que el hombre lo visitaba en el restaurante Estilo Campo para que el juez pudiera entregarle un oficio reclamando material probatorio para la causa Sueños Compartidos. EL JUEZ ENTREGANDO OFICIOS EN MANO EN RESTAURANTES. Ajá.
En 2020, Comodoro Py sobreseyó a los dos: a Oyarbide y a Fernández. ¿Quién firmó el regalito? Martínez De Giorgi, the one and only. Y, en cuanto a Oyarbide, luego vino Macri y le concedió la jubilación de privilegio con la que se murió, en lugar de habilitar su juzgamiento y destitución en el Consejo de la Magistratura, como le hubiera correspondido por los servicios prestados a la corrupción e impunidad de todos los gobiernos que así lo requirieron desde el menemismo hasta su deceso.
Tercer ejemplo: las empresas. Ahh, las empresas. ¿Qué cambió? ¿Qué sufrieron? ¿Costo reputacional? Cero. ¿Se quedaron sin negocios con el Estado? No, de hecho, los primeros contratos de participación público privada (el invento del macrismo para surfear la obra pública) los ganaron las mismas empresas involucradas en la causa Cuadernos. Nada cambió. ¿Hay menos corrupción? No, lo que no hay es obra pública.
Pero, de nuevo, la corrupción estructural en un país como éste no depende ni del partido que gobierne ni del plan económico ni del modelo de Estado. Está ahí. Ahora y siempre. Muta. Se adapta. Es una máquina. Opera a todo vapor tanto con un neoliberal como Menem como con un intervencionista como Kirchner (o como CFK). Y está a la vista que también anda bien aceitada con un gobierno libertario. Nacionalización, privatización, estatización, RIGI. You name it. Como dijo Mingo: ¡ce igual!
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